martes, 1 de junio de 2010

Perdón por el drama, fue sin querer queriendo.

Mi abuela se murió de tristeza un verano de julio de 1994. Ese año lo perdimos todo: a la abuela, el negocio, la casa y tres cuartas partes del alma de mi padre.

A mi abuelita le gustaba Chávela Vargas, pero eso sólo ella y yo lo sabíamos. A diario ponía la radio a las cinco en punto, después de rezar el rosario. Ella se sentaba a escuchar mientras yo hacía la tarea de rodillas en la mesita de la sala.

Nunca la quise. Era como raro para una niña tan pequeña encariñarse con alguien tan distante, tan perdida dentro de ella, la que después de las comidas de domingo, no aplaudía mis gracias infantiles (igual ella sabia bien que eso no me llevaba a ningún lado).

Mi madre siempre dice que yo fui la mejor de las niñas,”la más buena de todas” (yaiks!). Mis maestras me adoraban, aún ahora, mi familia me trae de ejemplo cuando los primos chiquitos son mal portados. Pero la verdad es que yo no era buena. La verdad es que no me tapaba los ojos en las escenas para adultos que pasaban por la tele, me robaba el cambio para comprar chicles de bola y lo peor, aborrecía a mi abuela en secreto.

La verdad era que yo no podía entender o querer a una mujer cuya máxima muestra de afecto hacia mí, era tirar los restos de comida del plato mientras nadie veía, cuando mi padre no me dejaba levantarme de la mesa sin terminar de cenar. Ahora que lo recuerdo me siento hasta bonito, pero igual, ya no está.

Supongo que no le perdono tanto silencio, tanta nube atrapada en los ojos, qué nunca se sentara conmigo a ver los muppets, qué para todo me dijera que me portara como mujercita, qué no me dejara besarme con los postes de madera por vergüenza a que me vieran los vecinos y se rieran de mí (lo que hacían). Supongo que lo que no le perdono es que se haya muerto sin decirme que me quería, sin darme chance de quererla como mi padre, quién se murió poquito cuando la metimos a esa tumba.

No me odien, yo era una niña.

Ahora de la nada me sorprendo a mi misma escuchando a Chávela Vargas, rezando un rosario inventado, perdiéndome en mí misma y tratando de sentir la tristeza de ella. A veces me siento en silencio al lado de mi padre, para ver si se da cuenta que yo también soy como mi abuela, nada más que yo, sentada aquí a su lado, viva.



6 comentarios:

  1. Chiale!!! De verdad que ya no lo vuelvo a hacer.

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  2. No pasa nada, natural. Poquito a poco algo se desenvuelve

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  3. De nuevo, muy buena entrada.

    Creo entender un poco como te sientes, pero en gran parte se debe a que nos enseñan que debemos querer nuestra familia no matter what y en eso no estoy de acuerdo. El cariño y la confianza se ganan.

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  4. Podría ser un muy buen cuento con algunas horas de trabajo. El germen ahí está. La buena narradora está a la vista.

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  5. Para mi es un buen post cuando la narración me lleva a imaginarme pequeñas escenas de la historia. Este lo hizo.

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  6. Supongo que pasa con mucha frecuencia...
    uno ve "cosas" que por lo menos nos eran (más en la infancia, pero igual en posteriores etapas de la vida), nos eran indiferentes, cuando no plenamente odiosas (y por supuesto totalmente incomprensibles) de los muy mayores (más de los muy mayores, porque es sólo cuestión de recordar un poco para ver que en todos existen esas "cosas")...
    cosas que pasado mucho tiempo, y a veces no tanto, "reaparecen" en nosotros mismos... apenas quizás como un acto reflejo, involuntario, que nos sorprende...
    y aunque son "cosas" que nos siguen siendo "inercialmente" (por inercia) indiferentes, "inercialmente" odiosas, incomprensibles por supuesto, (¡¡eso siempre!!), las dejamos ser... porque se presentan ahora con un dejo de suave quietud... con una como sombra tenue... que nos da un algo como tolerancia... y quizás, sólo quizás, un algo como cariño, o ternura...
    Que nos hace pensar en palabras como Familia...
    como Nostalgia...
    como Herencia...
    Que quizás no aceptamos, pero que, si tenemos algo de suerte, nos hacen esbozar una sonrisa...

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