jueves, 3 de junio de 2010

La última hoja del cuaderno de mate.

"ella se desnuda en el paraíso
de su memoria

ella desconoce el feroz destino
de sus visiones

ella tiene miedo de no saber nombrar
lo que no existe"


Alejandra Pizarnik.

martes, 1 de junio de 2010

Perdón por el drama, fue sin querer queriendo.

Mi abuela se murió de tristeza un verano de julio de 1994. Ese año lo perdimos todo: a la abuela, el negocio, la casa y tres cuartas partes del alma de mi padre.

A mi abuelita le gustaba Chávela Vargas, pero eso sólo ella y yo lo sabíamos. A diario ponía la radio a las cinco en punto, después de rezar el rosario. Ella se sentaba a escuchar mientras yo hacía la tarea de rodillas en la mesita de la sala.

Nunca la quise. Era como raro para una niña tan pequeña encariñarse con alguien tan distante, tan perdida dentro de ella, la que después de las comidas de domingo, no aplaudía mis gracias infantiles (igual ella sabia bien que eso no me llevaba a ningún lado).

Mi madre siempre dice que yo fui la mejor de las niñas,”la más buena de todas” (yaiks!). Mis maestras me adoraban, aún ahora, mi familia me trae de ejemplo cuando los primos chiquitos son mal portados. Pero la verdad es que yo no era buena. La verdad es que no me tapaba los ojos en las escenas para adultos que pasaban por la tele, me robaba el cambio para comprar chicles de bola y lo peor, aborrecía a mi abuela en secreto.

La verdad era que yo no podía entender o querer a una mujer cuya máxima muestra de afecto hacia mí, era tirar los restos de comida del plato mientras nadie veía, cuando mi padre no me dejaba levantarme de la mesa sin terminar de cenar. Ahora que lo recuerdo me siento hasta bonito, pero igual, ya no está.

Supongo que no le perdono tanto silencio, tanta nube atrapada en los ojos, qué nunca se sentara conmigo a ver los muppets, qué para todo me dijera que me portara como mujercita, qué no me dejara besarme con los postes de madera por vergüenza a que me vieran los vecinos y se rieran de mí (lo que hacían). Supongo que lo que no le perdono es que se haya muerto sin decirme que me quería, sin darme chance de quererla como mi padre, quién se murió poquito cuando la metimos a esa tumba.

No me odien, yo era una niña.

Ahora de la nada me sorprendo a mi misma escuchando a Chávela Vargas, rezando un rosario inventado, perdiéndome en mí misma y tratando de sentir la tristeza de ella. A veces me siento en silencio al lado de mi padre, para ver si se da cuenta que yo también soy como mi abuela, nada más que yo, sentada aquí a su lado, viva.